Buscar este blog

sábado, 30 de agosto de 2014

Sobre Dios. 1º Bachillerato Religión



A veces las imágenes que nos hacemos de Dios son diversas. A veces lo concebimos como un “resuelveproblemas” y otras hacemos de él un mago que con su varita cambia todo a su antojo. Os invito a leer y dejar vuestro comentario sobre el siguiente artículo escrito por Pedro G. Cuartango en la edición de Castilla y León del diario El Mundo, p. 2, del día 19 de enero de 2011

Dios, el gran ausente de la crisis.
Hay un gran ausente en esta crisis, alguien a quien muchos esperan pero no aparece: Dios. Me pregunto cómo es posible que el Ser Todopoderoso permanezca pasivo ante la desgracia de tantos millones de personas que han perdido su trabajo y que se ven abocadas a una situación de mendicidad y de desesperación.

«Yo soy el que era, el que es y el que ha de venir», dice Yahvé en el Apocalipsis. De su poder y sus milagros en los tiempos antiguos da fe la Biblia, pero el Supremo Hacedor guarda silencio desde hace siglos. No dice ni una palabra sobre las atrocidades que hemos visto a lo largo del siglo XX ni sobre las consecuencias de esta crisis.

Ahí está el sufrimiento de los enfermos terminales, de quienes han perdido la batalla contra el cáncer, de los que sobreviven gracias a medios artificiales. Su dolor resulta también un testimonio aplastante frente a los que invocan la teología escolástica para demostrar la existencia de Dios.

No, Dios no puede existir en un mundo donde estamos indefensos ante un mal que nos acecha y que juega a los dados contra nosotros. La única prueba consistente de que no podemos mantener la esperanza en el más allá son las miserias y las injusticias que percibimos en el más acá.
Muchos filósofos e historiadores han creído en el progreso de la Razón, una fe que resulta patética a la luz de las contradicciones de un sistema incapaz de dar un mínimo sentido a la vida humana.

Otros han depositado su esperanza en Dios, pero éste sigue guardando un silencio que está a punto de hacer estallar nuestros oídos. O el Gran Relojero es una ficción o está tan alejado de nosotros que no nos escucha.

Nuestro pecado original es la condena a existir en la más absoluta incertidumbre, con la única seguridad de que nada podemos conocer sobre un futuro que se niega a revelarnos lo que nos reserva.

Carpe diem, coge el hoy, decían los latinos. Pero, ¿cómo disfrutar del presente sin tener una mínima garantía de lo que nos depara el mañana? ¿Cómo fingir que ignoramos la desoladora realidad del mal? ¿Cómo seguir el camino sin la voz de Dios?

Estas preguntas sin respuesta nos abocan a un pesimismo sin esperanza pero no resignado. Siempre cabe la rebelión contra lo absoluto como la expresión de una singularidad que se niega a disolverse en la infinitud de un destino abstracto.

Nos queda esa dolorosa conciencia de nuestra fragilidad, pero es poca cosa frente a la inmensidad de una realidad que nos aplasta.

Quien vea en estas líneas una reflexión filosófica es que no ha entendido nada. Aquí no hay metafísica ni teología. Lo que surge es un mero desahogo contra la pesadilla que supone abrir los ojos cada día. Pero al contrario de lo que propugnaba Wittgenstein, hay que hablar de aquello que nos atormenta y no tiene respuesta, aunque sólo sea para darnos cuenta de que vivimos solos en un mundo en el que Dios está eternamente ausente.

No hay comentarios: