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jueves, 14 de abril de 2011

"Cartas a Dios": emoción y sabiduría que nos marcarán esta Semana Santa
Al pequeño Oscar le quedan pocos días; en cada uno va a vivir 10 años; y nosotros creceremos con él
La señora Rosa anima a Oscar a escribir cartas y las envían al cielo en globo
A Oscar -como a nosotros- le queda poco tiempo y quiere vivirlo desde la verdad



Pablo J. Ginés
Podrán comprobarlo a partir de este viernes y el gozo les acompañará toda la Semana Santa: es casi imposible no llorar viendo "Cartas a Dios". Es casi imposible no querer ser mejor, no querer vivir con intensidad y sentido, después de ver esta hermosa película dirigida por el francés Eric-Emmanuele Schmitt, un aurténtico humanista, autor también del libro en el que se basa el filme y que circula en numerosos hospitales como una gran ayuda para los enfermos y sus familiares.


Así, la película (alegre y hasta cómica en muchos casos) no trata solo de un niño enfermo: trata de todos nosotros, que envejecemos, morimos y enfermamos. Tratamos de disimularlo, de ocultarlo, de drogarnos con dosis de televisión inacabable (¡cuántos moribundos están engañados o autoengañados enganchados a la TV en los hospitales o en casa , en vez de preparar bien sus últimos días!). Cuando vemos "envejecer" a Oscar, nos vemos envejecer nosotros: sus problemas son los nuestros, de adulto. Oscar y Rosa nos enseñan a ser como niños, libres, sin temores, y así nos enseñan también a ser maduros, encajar los golpes, evitar el autoengaño.

Imaginación que transforma

J. R. R. Tolkien escribía en su ensayo "Sobre los cuentos de hadas" que no es justo pedir a un encarcelado que se dedique a pensar en su prisión, sus paredes y barrotes. Tiene el derecho e incluso el deber a imaginar el mundo exterior: la hierba, el cielo, la libertad... Y esa imaginación le dará fueras, reparación, poder para vivir mejor, quizá planear una fuga, o al menos ser libre en su interior. Así, los cuentos y fantasías que Rosa despliega ante Oscar, aunque parezcan descabellados, son más realistas que casi todo lo que pueda leerse en un periódico hoy. Producen esa renovación de la mirada y ese consuelo que Tolkien alababa en el arte. Una metanoia que transforma a los personajes, y a nosotros, sus emocionados espectadores. 

Como pasaba con "La última cima", esta película puede ayudar a los que enfrentan la pérdida de un pariente o ser querido. Ha demostrado su eficacia con padres que ven acercarse a la muerte a sus hijos en hospitales infantiles. "Todos pensamos que enterrar a los padres es ley de vida, pero nadie está preparado para ver enfermar y morir a su hijo", me explicaba un sacerdote que ha sido capellán en un hospital con planta de oncología infantil. Este sacerdote, después de ver la película, estaba convencido de su capacidad sanadora, su eficacia para estos casos.

"La señora Rosa distingue entre lo que no depende de nosotros, como el dolor físico de la enfermedad, de lo que sí depende en gran parte, como es el dolor moral. Eso es estoicismo. Pero ahí, en la película, está también Cristo, que no teme a la muerte y el dolor, aunque los experimenta, y nos enseña a vivir en la confianza. Ante el misterio del dolor hay dos reacciones: o la angustia, o la confianza", resume el director.


Eric-Emmanuele Schmitt recibió en 2001 el Gran Premio de Teatro de la Academia Francesa por el conjunto de su obra, pero en España es conocido sobre todo por su novela «El señor Ibrahim y las flores del Corán». Considera que "nuestra época vive la ilusión engañosa de que la vida se alarga, de que quizá venceremos a la muerte, yparece que enfermar o morir sean accidentes. Se silencia la realidad pero, a más silencio, más angustia. Has de ver la vida como es realmente, frágil y efímera, para amarla más".


Perdido en el Sáhara, el agnóstico encontró a Dios

"Nací en una familia atea y anticlerical", relata el director cuando se le pregunta por su itinerario vivencial. "A base de estudiar filosofía y de impartir filosofía en la universidad, me hice agnóstico. «¿Qué es Dios? No lo sé»: ésa era mi postura. Pero a los 29 años tuve una experiencia mística. Fui al Sáhara, tras las huellas de Charles de Foucault, entre Argelia y Níger, pensando en filmar acerca de él. Y me perdí en el desierto. Estuve solo 30 horas, sin comida ni bebida. Pensé que tendría miedo, pero no: me invadió la paz, la confianza... y la fe. «Si no me encuentran, moriré creyente, y si me encuentran, tendré que vivir creyente», pensé. ¡Mala noticia para un intelectual francés agnóstico como yo! Pero el guía tuareg me encontró, volví con la fe como un pequeño manantial secreto en mi corazón, y ahora es como un río. Leí los grandes textos de las religiones, empezando por lo más exótico: budismo, sufismo, judaísmo. Una noche, años después, leí por primera vez los cuatro evangelios. A mi noche mística, los evangelios le añadían el Amor en nuestras vidas. Seguí leyendo mucho, a favor y en contra del cristianismo, pero al final descubrí que yo era cristiano".

Y siendo un artista que trabaja con imágenes... ¿cómo se imagina la otra vida?

"¡Me niego a imaginarla!", protesta. "Yo, con la fe, confío en lo desconocido. La fe no es un saber, es un habitar en el Misterio. Decidí que amo la muerte como la vida: tal como es. En mi obra «Hotel de dos mundos» destruyo todas las imágenes habituales de la muerte, su imaginería. Hay que aceptar el Misterio ¡y amarlo!"

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